HISTORIAS EN EL
“CALDERITO ALTO”
Toda la familia salió a la puerta del Cortijo a esperarlo.
Ferrer, el “aperaor”, había dado el aviso. Mi padre se veía venir por el camino
de regreso de la Estación. Aún estaba algo lejos pero ya se distinguía su
singular figura engrandecida por el sombrero de los días de fiesta y el vaivén
que le aportaba el paso cansino de la Yegua que lo traía.
Allí estábamos todos, a la sombra
de la parra, expectantes e inquietos esperándole. Eran los años cincuenta. Mi madre
y mis cuatro hermanos ya estaban acostumbrados a esta rutina, cada fin de
cosecha mi padre iba a Alcolea o a Córdoba según la campaña fuera de trigo o
algodón. Había que entregar lo recolectado y cobrar el precio que “Los mercados”*
pactaban.
Tanta expectativa ante el regreso tenía su lógica. Cuando el
padre volvía del pueblo o de la capital siempre traía algún detalle, algún
regalo. Formaba parte del ritual de la llegada.
Yo era el más pequeño de los hermanos, con diferencia, y recuerdo
el juego de a ver quien acertaba el
regalo de esta ocasión.
Ya se podía distinguir mejor la figura del Jinete con su
yegua. Los contornos del Sombrero, de la cabeza balanceante del animal a casi
trote, y sobre todo ya se apreciaba un bulto de cierto tamaño en la grupa de la
cabalgadura.
Seguro que papa me trae una Máquina de coser Singer
comentaba mi hermana la mayor de todos y en edad de ajuares. Una escopeta de dos cañones y con mira
telescópica, el bulto parecía muy grande para una simple escopeta, aseguraban
los hermanos mayores. La temporada de perdices se acercaba y tenían ganas de
fardar con escopeta nueva.
Pero como el más pequeño no me correspondía opinar, solo pensaba para mis adentros y soñaba.
Aquello que traía mi padre a la grupa no podía ser otra cosa que un triciclo para el niño. En mi casa casi nadie caía en la
cuenta que el niño era yo. Aquel bulto y por su tamaño no podía ser otra cosa
que un triciclo para niños.
Cuando a Antonio el del “Calderito Alto” montaba o bajaba de una bestia, nunca llegue a comprender por
qué a los mulos o caballos se le solían llamar bestias, necesitaba ayuda .Ya
era un hombre enfermo.
Antonio murió joven a
los 49 años dejando viuda,una hija
casamentera de 18, tres varones de 17,15 y 13 años. Y el último en llegar por
casualidad, se decía en un descuido, el chico de 5 años.
Todavía recuerdo y no con tristeza más bien con orgullo
aquello que frecuentemente decían las visitas en los días de luto. Qué pena con
lo joven, guapo, bueno que era y deja viuda y cinco hijos.
Algún día sería interesante sacar de la memoria y poner en
valor la historia de Antonio el del “Calderito Alto”, aquel hombre bueno que
murió joven dejando viuda y cinco hijos
que a pesar del tiempo sigue siendo recordado como un buen hombre, generoso cuya
mejor herencia fue el inculcarnos que el mayor orgullo era el presumir de
honradez y su mandato mas imperioso el que hay
que ser buena persona y parecerlo.
El mayor de los hermanos era el que siempre estaba atento
para ser el apoyo de mi padre, como siempre, fue a facilitarle la bajada de la yegua.
Eran cuatro hermanos para atender al padre que llegaba y al
chico para que no molestara.
Uno mantenía las bridas de la montura, otro aflojaba los
aperos y entre todos colaboraban para descargar la maleta.
El bulto, el gran paquete nadie podía tocarlo. Era mi padre
cuando descansaba un poco de los sofocos y de los esfuerzos de bajar de la
montura el que lo ponía sobre el banco que había a la entrada del cortijo. Un
buen trago de agua fresca en el botijo y todos expectantes al ritual de
desembalar el paquete.
Pequeño para ser la maquina Singer, apuntaba la mocita entre
risitas nerviosas y grande decían los chavales, temiéndose lo peor, para ser
una escopeta de dos cañones.
El corazón me rebotaba en el pecho, temía que se dieran
cuenta de mis nervios. Estaba seguro el paquete no podía ser otra cosa que mi
triciclo y seguro que de color rojo como lo había soñado. También sentía miedo,
los mayores se podían enfadar. El chico además de ser una carga los ha privado
de sus regalos.
Antonio el del “Carderito Alto” era muy solemne para todo. Y
más en estas ocasiones, posiblemente podía prever que no le quedaban muchas más, en la que era
reconocido y querido como el padre, el patriarca de la familia.
Sus manos torpes por el reuma y él que quería darle su toque
de emoción al momento, hicieron de la
operación de desembalar el paquete toda una odisea.
Yo ya casi sentía agujetas de los paseos que me iba a dar en
el triciclo. De pronto me entro una seria preocupación, mira que si en vez de
un triciclo es una bici? Más cabreo para mis hermanos, le tocaría enseñarme a
montar. Pero no, seguro que era un triciclo y rojo.
El corazón se me salía, me estaba entrando hasta ganas de
“devolver”, en la ciudad ya aprendí a decir vomitar pero eso fue después. Estaba nervioso
se me notaba. Más de un, y habitual, pescozón junto con “Niño no des mas la
lata”, “Tate quieto so tonto” me concedieron. Era lógico todos estaban
nerviosos y mi padre se estaba pasando con lo de la ceremonia de la apertura
del paquete.
Una caja blanca cerrada con precinto daba garantía que no
era de segunda mano. No era muy grande aunque si algo pesada. No sé quien fue
el primero en leer las letras de imprenta de color rojo que aparecían en un
lateral. OLIVETI-portátil.
Cuando mi padre ejercía de padre nadie podía chistar, el
respeto era el respeto en los años 50, un profundo silenció y la cara de mis
hermanos me hacían ver su desencanto.
Bien, el niño no sabía leer de tan corrido, en esa caja esta
mi triciclo y de color rojo. Desde chico
he sido muy sentimental, sentía pena por mis hermanos.
Una MAQUINA DE ESCRIBIR OLIVETI PORTATIL y de color rojo para más inri, apareció en
las fuertes manos, sin signos de reuma por la solemnidad del momento, de mi
padre.
A todos se les quedaron grabadas en algún sitio de su alma
las palabras de Antonio el del “Calderito Alto” pronunciadas al hacer entrega
de tan importante aparato al mayor de los hermanos
“AQUÍ TENÉIS ESTA
MAQUINA DE ESCRIBIR PARA QUE APRENDAIS A SER HOMBRES DE PROVECHO Y NO DEPENDÁIS
SOLO DEL ARADO”
No recuerdo la cara de mis hermanos. El corazón se me
tranquilizó y las ganas de “devolver” desaparecieron. Ya estaba acostumbrado,
era la ventaja de ser el más chico, a pasar desapercibido.
Me retiré a mi territorio junto a la higuera del pozo y solo
pero con un palo largo como rifle y uno más corto a la cintura como revolver
tenía esa tarde una gran tarea, encontrar una chapa con forma de estrella para
ser el más rápido y mejor Sheriff del “Calderito Alto” y sus alrededores.
Paco Castillo 2012
Amigo Paco, he disfrutado mucho leyendo tu relato. Tu que dices ser "Soy torpe con la pluma, con la palabra me embrollo…como “jovenviejo” he aprendido de los “viejosjovenes” la libertad de expresión mediante improvisados y nuevos códigos." Permíteme desde el respeto, que te diga que eres un solemne embustero. Enhorabuena y felicidades.
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